En el ámbito del diseño, a menudo observamos que los diseñadores gráficos y los clientes que encargan productos gráficos impresos, cuando mencionan la palabra imprenta en relación con su actividad laboral, incurren en tópicos que no se acercan a la realidad actual. Entre ellos está el del «taller de imprenta» como una manera de describir el prototipo de taller artesano de impresión, cercano a un imaginario de Gutenberg que no ha evolucionado; otro es el de «mi imprenta o impresor de confianza», evocando a los profesionales que les aportan soluciones personalizadas y exclusivas.

No falta tampoco aquel de «total, apretando un botón la máquina imprime sola» reduciendo a la mínima expresión un universo tecnológico lleno de soluciones complejas o el de «esto es problema de la imprenta», una justificación rápida a toda la técnica que se desconoce en el diseño. Nos encontramos, también, con el de «es un error de imprenta» para eludir responsabilidades ante una equivocación e, incluso, cuando en temas de sostenibilidad la Administración Pública se refiere al epígrafe imprenta, la cataloga como sinónimo de una industria que genera residuos tóxicos (tintas, disolventes, trapos), precisa de recomendaciones de seguridad ante materiales inflamables, contaminación ambiental y ocasiona una larga lista de problemas de convivencia urbana y social.

Algo similar ocurre cuando nos referimos a la especialidad del diseño gráfico con algunas expresiones como «es de diseño» para referirse a algo nuevo o que no sabemos definir pero que tiene o no cierto encanto. Se da también el de «¿para qué saber dibujar si el ordenador y los programas lo realizan todo?» como manera de devaluar el trabajo del diseñador.

 

 

 

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